- 22 enero 2020
- Posted by: Aldo Capaceta
- Category: Artículos
La discusión sobre el uso de la memoria es un clásico en educación. En los tiempos de cambio que atravesamos el viejo debate se ha avivado, tomando a la memoria como arma arrojadiza de confrontación entre los defensores de la escuela activa y la instructiva.
Como saben la memoria es una función cerebral que nos permite codificar, almacenar y recuperar información y experiencia como resultado de complejos y repetitivos procesos de conexiones sinápticas entre las neuronas. Una función que, sin ser exclusiva humana, y por el uso que le hemos dado, nos ha hecho desarrollarnos más que cualquier otra especie.
En educación hay dos miradas de vista en cuanto al uso de la memoria para aprender.
El primero podría estar encerrado en la frase “Estudiar de memoria”. En términos escolares, saberte algo de memoria significa en que has retenido perfectamente una información que tiene la finalidad concreta de reproducir miméticamente esa misma información en un instrumento de evaluación o examen. De hecho, hacer el examen, reproduciendo lo más fiel posible aquello que memorizaste, es lo más valorado para que, las instituciones educativas y la sociedad misma, puedan certificar los aprendizajes supuestamente adquiridos. Una vez certificada esta excelente “retención” a casi nadie de los que certifican, le importa el tiempo que te vayan a durar esos “aprendizajes” memorizados en el córtex de un cerebro ni, por supuesto, el uso que será capaz de hacer con aquello que haya aprendido.
El segundo punto de vista, se encierra en la expresión que utilizamos desde planteamientos de metodología activas y que les animo a reivindicar: “La memoria activa”. Llamo memoria activa a aquella que utilizamos para aprender, no tanto en estudio, sino en uso. Un uso que la utiliza de manera explícita para observar y comprender los nuevos elementos de aprendizaje relacionados con aprendizajes anteriores, pero que también, de forma implícita, genera otras conexiones, caminos, sinapsis excitadas que ayudan a buscar, elegir, discutir, aplicar, errar, corregir, ensayar, investigar, indagar, probar…con eficacia la validez del aprendizaje. Un aprendizaje que se hace con otros, en interacción cara a cara y potenciando la capacidad de memoria de trabajo necesaria en la interacción cerebro y realidad.
Estos dos modos de ver el uso de la memoria condicionan la manera de entender cómo se producen y se desarrollan los procesos de enseñanza y aprendizaje: activa o reproductiva. Para estos pareciera como si el aprendizaje y memoria fuesen incompatibles; para aquellos igualar aprendizaje y memoria les hace anclarse en unas tesis con poco fundamento psicopedagógico.
Esta La confrontación es un error mayúsculo que no hace más que frenar el cambio necesario de lo que significa enseñar y aprender en el siglo XXI.
Los estudios sobre el tema nos indican que aprendizaje y memoria es una misma cosa: Aprender y memorizar es una unidad neurobiológica- asevera el Dr. Francisco Mora, algo que José Antonio Marina corrobora cuando afirma que “es la depositaria de todo aprendizaje” siendo gracias a ella como podemos ampliar nuestras posibilidades de aprender: aprender a aprender.
Si aprendizaje es memoria, entonces parece claro que mejorar la forma de memorizar es mejorar la forma de aprender. La clave está en repensar qué es lo que hay memorizar en la escuela y cómo hacerlo.
En resumen:
Desde la posición de firme convencido de que las metodologías activas son el mejor camino para guiar al alumnado, no solo en el aprendizaje, sino en la creación de conocimiento, es necesario poner la memoria en valor ya que solo gracias a ella podemos aprovechar la experiencia propia y ajena para continuar aprendiendo.
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Fuente: CUED