¿Estudias o aprendes?

Conceptos como estudio y aprendizaje han ido, son y, muy probablemente, seguirán siendo los protagonistas de muchas de las entradas que podéis encontrar en este blog. Pero, pese a que a veces ambos términos aparecen entremezclados de forma indiscriminada en un espacio de divulgación pedagógica como este, son muchas las diferencias que los distancian desde una perspectiva histórica y, sobre todo, práctica. Ya que cada concepto entraña una serie de particularidades que, en una sociedad interconectada por las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) como es la nuestra, hacen del aprendizaje una técnica para la adquisición de conocimientos muy superior en la mayoría de sus aspectos que la que ofrece el estudio.

¿Qué te gustaría aprender?

En un algún momento de nuestras vidas, a prácticamente todos se nos ha planteado la siguiente cuestión: ¿qué queremos estudiar? Pero, curiosamente, una idéntica pregunta sobre qué nos gustaría aprender se da en pocas, o directamente ninguna, ocasión. Quizás porqué, como se ha comentado antes, se considera que estudio y aprendizaje son sinónimos o, quizás, por el aprendizaje es un proceso inevitable, constante y ubicuo para cualquier ser humano, participe o no de un proceso de escolarización. Lo que convierte al estudio en una pequeña parte del aprendizaje, que engloba otro tipo de prácticas formativas, mientras que el aprendizaje es un proceso que puede darse a través de la teoría pero también (y sobre todo) de la práctica, mediante el cual muchas de nuestras habilidades, valores, conductas y conocimientos se ven modificadas a través de estímulos que pueden ser ambientales, culturales o, también, relacionados con ese mismo estudio.

Pero, a pesar de que las teorías al respecto están lejos del consenso por parte de la comunidad científica, podemos decir que el aprendizaje se produce en base a un conjunto de reacciones neurofisiológicas a lo largo de nuestras vidas como demuestra el Aprendizaje para toda la vida, oLonglife Learning y que, aunque muchas veces se produce de forma inconsciente, siempre requiere de tres factores fundamentales para desarrollarse plenamente:

  • La motivación. Como todos sabemos, la mejor forma de aprender es tener interés, ya que sólo así los contenidos o prácticas que formen parte del proceso de aprendizaje serán realmente asimilados. Es lo que, en entornos educativos, entendemos por Aprendizaje activo.
  • La inteligencia, que permite a un individuo la asimilación de una serie de aprendizajes, y que varía según la edad y el ejercicio que de esta habilidad haya llevado a cabo previamente el aprendiz.
  • La experiencia. Muchas veces, el aprendizaje requiere del conocimiento de vocabulario, conceptos y capacidades de exploración para que la transmisión o el entendimiento de determinados aprendizajes llegue a buen puerto.

Este último aspecto del aprendizaje está considerado como uno de los orígenes de lo que, a día de hoy, entendemos por estudio: el ejercicio razonado para lograr entender algo en particular y  memorizarlo, muchas veces (aunque no exclusivamente) dentro de un aula. Entendido como un aprendizaje intencional y dirigido, el estudio permite el aprendizaje de una serie de códigos socioculturales compartimentados en lo que conocemos como asignaturas como puedan ser la lengua, la música, las ciencias sociales o, entre muchos otros, la astronomía. Ahora bien, la memorización de conocimientos de estas áreas no implica que sean aprendidos en sentido estricto, sino que han sido sencillamente recibidos por los aprendices, representando uno de los muchos tipos de aprendizaje existentes como pueden ser el aprendizaje por descubrimiento, el ya mentado aprendizaje significativo, observacional, latente… y que se adaptan a las necesidades y capacidades de los aprendices.

El estudio en el siglo XXI

Pero entonces ¿tiene el estudio algún valor cuando se lo desvincula del aprendizaje? Fuera de un entorno educativo estrictamente regido por lo memorístico y lo curricular, su validez hoy en día es más bien escasa. Lo que explicaría la revalorización del aprendizaje entendido como la adquisición de competencias en sociedades en los que la conexión a Internet y uso de las TIC ha relegado, no sin claroscuros ni contradicciones, la capacidad memorística a un segundo plano del proceso formativo de las personas. Por eso, y ante el auge de la desescolarización a través del Homeschooling o en menor medida, el aula invertida, el nuevo rol de los docentes no solo pasa por transmitir un conjunto de conocimientos reglados a sus alumnos, sino también a establecer itinerarios de aprendizaje o enseñar metodologías o alfabetizaciones como la digital que les permitan poder verificar la información, o dotarlos de la necesaria autonomía y espíritu crítico para que puedan revocar el aprendizaje de determinadas conductas o valores que pueden ir en su contra. En un momento en el que la fuente de conocimientos en el aula, que hasta no hace tan poco residía en la figura del docente, ha pasado a ser la Red de Internet a la que todo alumno puede acceder a ingentes cantidades de información emitidas por fuentes no siempre bienintencionadas, han surgido nuevas formas de enseñanza como el M-Learning o la Robótica que, sin embargo, pueden actuar como meros sustitutos tecnológicos si no vienen acompañados de un itinerario de aprendizaje determinado. Ya que, si consideramos que una de las mayores diferencias entre los dos conceptos revisados en este artículo reside en que el estudio implica hacer del alumnado un receptor de la información que se le imparte, mientras que a través del aprendizaje se le apodera para poder cuestionar esta información y poder convertirse en un agente activo de su propia formación, lo que queda en manos de los docentes y las escuelas no es tanto que el estudio pase a un segundo plano, si no que su equivalente digital no acabe con el aprendizaje entendido como una activación del alumnado.


Fuente: Aula planeta

http://www.aulaplaneta.com/2018/11/10/educacion-y-tic/estudias-o-aprendes/