Los adolescentes son más que un puñado de hormonas

¿Por qué son tan raros los adolescentes? es una obra de Barbara Strauch, editora de la sección de ciencias médicas y de la salud del New York Times, que explica y describe cómo funciona el cerebro de los adolescentes, en la que cuestiona aquello de que “ustedes no se alteren, sabemos que desde los últimos cursos de primaria el crecimiento siempre se produce de cuello para abajo”. Cierto, la testosterona y los estrógenos andan muy inquietos por esta época, pero el comportamiento adolescente no solo es hormonal, disponemos de otras claves en el cerebro adolescente.

El escaso conocimiento de esta evidencia provoca que muchos gestos y acciones no se entiendan, o se entiendan como consecuencia de las hormonas. Gracias a la aplicación de potentes escáneres se penetró por primera vez en cerebros vivos y en pleno rendimiento de adolescentes. Los neurocientíficos han descubierto que sus cerebros, no solo son una fiesta hormonal, también sufren una notable transformación. El cerebro sufre una particular transformación, una reorganización de las áreas que aumentan de tamaño, y otras se reducen, aparecen nuevos circuitos y conexiones que desarrollan o pueden desarrollar el pensamiento crítico.

La adolescencia representa un periodo de desarrollo cerebral muy sensible a los estímulos del entorno

Disponemos de evidencias recientes, a partir del Estudio Longitudinal de Dunedin, de que la adolescencia representa un periodo de desarrollo cerebral muy sensible a los estímulos del entorno. Giedd, Blumenthal y Jeffries son algunos de los neurocientíficos que describen desde hace dos décadas en Nature  Neurosciencia sus resultados.  Parece que lo único importante no son las molestias hormonales, que hay algo más que el crecimiento del vello y la aparición de los granos. La investigación del interior del cerebro de los adolescentes explora una remodelación general de su estructura básica, que afecta a la lógica, el lenguaje, los impulsos y la toma de decisiones.

La tesis que expone Strauch expone diferentes investigaciones que recogen los resultados  obtenidos por los escáneres que han penetrado y rastreado el movimiento de cerebros vivos de adolescentes. Con las imágenes de resonancia magnética (MRI) observan cómo el campo magnético del hidrógeno del cerebro, mediante una descarga de ondas de radio sacude los átomos. El MRI mide la energía que liberan los átomos para recuperar la posición normal. Cuando se introducen los cálculos en un ordenador, se genera un patrón o perfil de las estructuras cerebrales.

Por consiguiente, disponemos de una fotografía fija precisa del cerebro y su crecimiento. Unas investigaciones con ratones realizadas en la universidad de Yale exploraron la aparición de nuevas neuronas en diferentes edades. Se comprobó que si se detiene este crecimiento en la adolescencia, cuando estos ratones llegaban a una edad adulta, ya no tenían interés ni curiosidad por aproximarse a otros ratones. Dicho de otro modo, lo que no usas, lo pierdes; es como funciona del cerebro.

Bunge, que forma parte de otro equipo investigador, dirige el Building Blocks of Cognition Laboratory, donde desarrolla los estudios de la neurociencia cognitiva. Como recoge en una de sus conferencias, “La adolescencia es una edad proclive a tomar riesgos. Desestiman las situaciones peligrosas”. Se produce un aumento de la velocidad, del flujo de conexión entre distintas áreas del cerebro, por lo que las funciones cognitivas dependen de lo extendidas que estén las redes. “Cuanta más comunicación hay entre las dos partes del cerebro, más eficiente es el control de uno mismo”.

Diferentes estudios indican que los adultos reaccionan con esa parte del cerebro que ayuda a un control de los impulsos, pero los adolescentes no lo hacen así

Diferentes estudios indican que los adultos (en su mayoría), reaccionan con la corteza cerebral, esa parte del cerebro que ayuda a un control de los impulsos, que echa el freno emocional y dispara la lógica, mientras que los adolescentes no lo hacen así. Perciben el mundo de un modo diferente, tanto la falta de experiencia para entender las claves sociales, como su corteza cerebral en desarrollo, les dificulta el análisis del contexto.

No se trata de “meterles la información”, sino de que se tomen las decisiones correctas. Esta estrecha relación entre el crecimiento cerebral y gran parte del crecimiento cognitivo y emocionales una de las llaves de la educación. Una gran responsabilidad para las instituciones en general, las familias y la escuela en particular, porque en nuestras casas y aulas tenemos personas con una expansión neuronal intensa, que precisa una estimulación favorable. Del mismo modo que reciben y procesan los estímulos negativos, ocurre con los positivos.

Sin ser exhaustivos, Jaume Funes explica como la educación se mueve entre tres miradas. La del desconocimiento de lo que son y hacen los adolescentes, cuando se asocian con determinadas conductas molestas, o se atribuye su crecimiento a un puñado de hormonas alteradas.  La mirada del conflicto, cuando identifican a los adolescentes como conflictivos, pero no señalan la culpa, ni las causas, sino buscan culpables. La mirada angustiada, padres, madres y educadores que ven peligros y víctimas por todos los rincones, cualquier situación es motivo de preocupación y amenaza.

El conjunto de estas tres miradas, a su vez, originan (siempre simplificando, dado que muy bien se puede decir que hay tantas tipologías como familias) varios tipos de padres y madres. Los ocupados, preocupados y agobiados por sus hijos. Aquellos que están con ellos, crecen con ellos, crían y educan. Pero viven el agobio del día a día, sin saber que hacer, desorientados, quieren controlar absolutamente todo. Los ocupados y preocupados pero no alarmados. Viven el conflicto del crecimiento de sus hijos, y el suyo propio, con tensión e ilusión. Buscan el diálogo, se sienten interpelados por sus comportamientos, bruscas reacciones y ásperos y largos silencios. Escuchan y observan. Conversan con ellos, no desde las certezas (aunque también), buscando la empatía. No me dejo otra numerosa categoría,  los “ni-ni”, ni están, ni se les espera. Siempre fuera de casa, o ausentes, el trabajo, la comodidad o el desinterés les impide ver cómo y por qué crecen sus hijos.  Es una categoría muy extendida, y asociada a una gran permisividad, así como una ausencia de límites.

El “estado crítico del cerebro” en su fase de expansión y exuberancia es una oportunidad enorme para su educación

Ya es suficiente el grado de complejidad e incertidumbre para que los medios de comunicación en general, y la rumología de otros padres en particular, añadan leña al fuego. Poco ayuda creer que solo es cuestión de tiempo, que ya se calmarán. El “estado crítico del cerebro”, en expansión y exuberancia es una oportunidad enorme para su educación, y un reto constante y apasionante para acompañarles en su incómodo crecimiento. Estimulación y comprensión son dos claves muy significativas. Padres e hijos se tranquilizan si saben que muchos de sus comportamientos obedecen a la expansión cerebral adolescente, conversarlo emociona y vincula.

En muchas ocasiones, antes de problematizar situaciones, o buscar culpables, y recomendar terapias de diferente tipo, es muy útil que los adolescentes tomen conciencia del problema que tienen, sea una depresión o cualquier otra cosa, y que no es por su culpa. La conversación puede empezar con la identificación del problema, que reside en las conexiones cerebrales y que hay que buscar una solución conjuntamente. Conocer como funciona el cerebro y conocer sus posibilidades para cambiarlo, ofrece una gratificante sensación de control.


Fuente: Disidentia

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